miércoles, abril 8

FUJIMORI CONDENADO A 25 AÑOS DE CARCEL



Nota:
Durante tres horas, el día de ayer 07 de abril del 2009, el Tribunal Peruano dirigido por el Juez San Martín, leyó la sentencia para no olvidar nunca.

Repetídamente dijo: " Esta comprobado...;está comprobado...; está comprobado...; está comprobado;..."; etc.

Los rostros de los familiares de las víctimas al oír la sentencia declarando culpable a Alberto Fujimori o Kenya Fujimori, enviándolo 25 años a la prisión hasta el 2032, por fin esbozaron una sonrisa; una sonrisa que secaba las lágrimas de 17 años de esperanza cumplida, de noches sintiendo la voz de sus familiares asesinados, pidiendo valor por sus vidas, valor por la inocencia, y limpieza a sus nombres. Indirectamente, han dado lo que quizá sea un punto de quiebre en la administración de la justicia peruana, en que el poderoso ya debe empezar a temer de sentirse impune.

No tocaré a Keiko Fujimori y lo que vi, porque debemos mirar el futuro a partir de hoy. El de un Poder Judicial que ojalá, continúe en el camino de salvar al Perú de su peor defecto: "La viveza criolla".

El gran periodista César Hildebrandt, nos entrega otro valioso artículo, desmenuzando lo que significa esta condena sin precedentes en la historia peruana.
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La rabia de la derecha

Por: César Hildebrandt
Diario: "La Primera"
Lima- Perú

La condena a 25 años de Alberto Fujimori no sólo es una obra maestra del derecho y de la lógica, una construcción mental de impecable claridad y un encadenamiento irrefutable de hechos, documentos y testimonios.

La condena al hombre que confederó los vicios de la república y las peores flaquezas de la sociedad peruana, es un momento histórico pero también, y fundamentalmente, una manera de recuperar la decencia nacional.

Somos bastante mejores como país desde el día de ayer. El fujimorismo gutural quería que siguiéramos siendo, en muchos sentidos, una tribu sin ley que festejara la infamia y que sólo tuviera por norma la conveniencia de su cabecilla.

La sala penal que ha juzgado y condenado al usurpador de nombre Alberto Fujimori nos devuelve al mundo civilizado. Podemos decir ahora que, a diferencia de Chile, hemos aplicado la ley a quien jamás la acató. Porque si Pinochet sufrió ciertos aprestos judiciales -infligidos sobre todo gracias al juez español Garzón y al fuero londinense- murió, sin embargo, de larga vida y muchas muertes y jamás fue condenado.

Fujimori, en cambio, podrá ahora apelar a las instancias políticas de la siempre intervenida Corte Suprema, pero la condena de ayer lo marca para siempre y marca un antes y un después en la historia judicial peruana.

La historia del Poder Judicial en el Perú ha sido una historia de corrupción general y de muy pocas grandezas. La mayor de esas escasas grandezas, la grandeza mayúscula, ha ocurrido ayer. Y gracias a estos jueces con vocación de historia, tendremos que mirar de un modo distinto a la judicatura.

La corrupción no es inexorable. Los jueces paradigmáticos que ayer le han lavado el rostro al Perú demuestran que, al final, la elección entre el honor y la sordidez será siempre un asunto personal. Y que las personas dignas, más allá de las presiones y las turbas amenazantes, producirán siempre actos dignos.

Frente a tantos años de canalla abogadil y jueces no sólo sin rostro sino también sin honra, la sala penal presidida por César San Martín e integrada por los vocales Víctor Prado Saldarriaga y Hugo Príncipe Trujillo nos reconcilia con la esperanza: los jefes de Estado no son impunes, la democracia también es depuración y limpieza, no es una fatalidad aceptar el crimen ni resignarse ante la inmundicia.

Si hubo un San Martín importado y amable que juró la independencia en 1821, ayer ha habido un San Martín nacional que nos ha librado de una dominación tan indeseable como la que España impuso en estas tierras: la dominación del deshonor.

Fujimori es la interpretación más cabal y el resumen biográfico más perfecto del deshonor. No hubo deshonor que le fuera ajeno ni traición que lo asqueara ni felonía que le mereciese algún reparo.

Traicionó a la democracia que juró respetar, a la Constitución que debía cumplir, a la esposa que lo catapultó, a los evangelistas a quienes debía la victoria, a los apristas a quienes había amado tanto, a los tontos que lo creyeron “populista”.

Y cuando la ola de podre lo salpicó, traicionó a los traidores Montesinos y Hermoza Ríos, lo que es un refinamiento no sé si romano o delicadamente oriental.

Y cuando la cobardía lo ensilló por enésima vez -porque la cobardía es madre de la crueldad, según Michel de Montaigne, y Alberto Fujimori fue cruel hasta con los cadáveres-, cuando la cobardía lo azuzó, digo, perpetró la que sería la traición más transoceánica de su historia personal: renunció a la presidencia desde Tokio (“porque temía por mi vida”, diría después), se hizo japonés extrayendo la nacionalidad secreta que siempre había negado tener, se vinculó a círculos mafiosos y fascistas de la política del Japón, apareció de pronto en Chile creyendo que en el Perú lo esperaban las masas y, cuando la policía chilena lo detuvo, candidateó sin éxito al Parlamento nipón para blindarse.

Esa trayectoria ha terminado ayer con una condena que nos enaltece como país. Y esa condena se yergue ahora como un aporte de los jueces peruanos al derecho internacional y a la lucha que Latinoamérica ha librado en contra de la barbarie.

Sendero Luminoso y el MRTA le declararon la guerra al país. Pero, como lo demostró Antonio Ketín Vidal, enfrentarse al salvajismo marxista de Sendero y del MRTA no implicaba convertirnos en gentuza que celebrara en una playa militar una fiesta borracha tras el asesinato de nueve estudiantes y un profesor.

Fujimori vivió a sus anchas cuando Sendero y el MRTA le permitieron actuar como si todo le estuviese permitido. La captura relativamente precoz de Guzmán, debida al GEIN y no a los sicarios mandados desde Palacio, lo desconcertó.

Pronto, sin embargo, encontraría nuevos motivos para continuar su campaña destinada a “prolongar” la guerra todo lo que fuera posible. Un país normalizado no era conveniente porque podía permitir que la gente mirara el otro lado de la luna: el masivo latrocinio del presupuesto militar, las coimas grandiosas que irían a parar a Suiza y a la banca sucia del Caribe, la venta mafiosa de las empresas públicas, la compra de tractores chinos sobrevaluados y de aviones de guerra que costaban la mitad de lo que se decía que costaban, el uso de dineros públicos para comprar a los congresistas tránsfugas y sostener la prensa de estercolero dedicada a denigrar a “los enemigos”.

En estos días hemos visto y oído al fujimorismo, en todos sus matices, expresarse con plena libertad. Desde las objeciones de Valle Riestra, ese tribuno de “La Tribuna” y ese primer ministro goloso de la dictadura, hasta la señora Keiko Fujimori, que hasta ahora no nos dice cuándo devolverá el dinero sucio que recibió de su padre, pasando por Jaime Bayly, ese fujimorista que salió del clóset para anunciar que votará por quienes siempre lo asustaron y a los que siempre aduló.

Fujimori condenado. Las turbas que Raffo recolecta entre el lumpen harán lo suyo. “La Razón” gritará lo previsto. Martha Chávez, Martha Hildebrandt, Luz Salgado y Carmen Losada de Gamboa regurgitarán sus viejos argumentos. Valle Riestra usará, más que nunca, la corbata del luto por sí mismo. Los canales que le deben a la Sunat lo que la Sunat jamás permitiría a otros que se le debiera, seguirán reciclando chicharrones de prensa.

Pero todo eso será episódico. Desde ahora, el condenado Fujimori ya no es la víctima de una persecución que sus parásitos jamás pudieron demostrar. Desde ayer, Fujimori es un reo. Y el Perú ha amanecido distinto. El Perú ha jalado la cadena.

Es importante no olvidar algo que podría ser fundamental. No sólo los Saravá están de duelo. Están también de duelo, aunque quisieran aparentar lo contrario, los empresarios que apostaron todo por Fujimori.

No sólo en “La Razón” -el diario que justifica la masacre de Gaza tanto como la matanza de Barrios Altos- están de duelo. También lloran como viudas y viudos repentinos en “Eisha”, en la Confiep servil, en las oficinas de Dionisio Romero, en las gerencias de Saga y Ripley.

Porque Fujimori no fue sólo Barrios Altos y La Cantuta. Fujimori fue también la ejecución del consenso de Washington y del liberalismo en dosis de caballo.

El liberalismo no llegó a América Latina demandado por los pobres, como dicen los pobres diablos. El liberalismo llegó a Chile de la mano ensangrentada de Pinochet y a Argentina de la zarpa de Rafael Videla.

El Perú no podía ser distinto. Una política de persecución de los derechos adquiridos por los trabajadores, de supresión de los sindicatos, de ajuste para los de abajo y ganancias excepcionales para los de arriba y para las corporaciones que los de arriba muchas veces representan, sólo podía ejecutarse en medio del estado de excepción, la Constitución suspendida y la democracia quebrada.

La condena a Fujimori tiene connotaciones políticas. Pero no son las que el fujimorismo pretenderá esgrimir estos días. El sustrato político en todo esto es que la condena de ayer no sólo alcanza al autor mediato de crímenes abominables y al cómplice encumbrado de asesinos sombríos, sino al operador de una política que hoy, con la crisis mundial desatada, se muestra no sólo como injusta sino también como insostenible en el largo plazo.

La derecha llora por Fujimori. ¿Quién dijo que los cocodrilos no lloraban de verdad?

Fuente: Diario "LA PRIMERA"

sábado, abril 4

Fujimori en el paraíso - Por César Hildebrandt


Caricatura del humorista gráfico "Carlín".

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Nota:
Terminó el alegato de Alberto Fujimori para defenderse de las acusaciones por violaciones a los Derechos Humanos durante su gobierno. Se han cumplido todos los procedimientos para declarar que este juicio, ha sido llevado en la completa regularidad, dando todos los derechos correspondientes, tanto a la parte acusadora como a la parte de la defensa. No ha existido ningún vicio o anomalía que algún organismo observador, deba mencionar. Todo ha sido dentro del cauce normal, que nos lleva a decir, que Fujimori ha tenido un proceso con todos los derechos de ley.

Sólo queda esperar la sentencia, la cual según el juez San Martín, dijo será leída el martes 07 de abril.

Los seguidores de Fujimori, ya han comenzado una campaña para politizar este juicio,; empezó con Keiko Fujimori, quien hace unos días ya lanzó su candidatura presidencial y habló del tema en ese momento. El día de ayer, hemos visto como ha prácticamente hecho saber que no estará de acuerdo con una sentencia en contra de su padre y que los fujimoristas no permitirán que se le condene. Acusa de que la sentencia es muy rápida, cuando la ley establece que el Tribunal tiene 5 días para dar sentencia, cumpliéndose el miércoles. Es decir, un día menos para la señora Keiko, es actuar con injusticia. De esta manera es que pretende engañar a los ilusos seguidores de Fujimori y enervar los ánimos para un enfrentamiento entre peruanos.


Debemos recordarle a la señora Keiko, que su padre durante casi 9 años de los 11 que gobernó, tuvo el poder judicial en sus manos, completamente secuestrado; ojalá tuviéramos por lo menos un indicio de racionalidad, oyéndola decir y señalar el poder destructivo con que su padre actuó hacia la Corte del Estado Peruano. Simplemente la convirtió en su fabrica de sentencias y juicios contra todos aquellos que se opusieran a su gobierno.

¿Sabrá la señora Keiko la diferencia entre un juicio justo y un juicio de la época en que gobernó su padre?

Aquellos que amamos este país, no podemos permitir que la impunidad sea el premio a los corruptos, pedimos justicia y ésta se viene dando con Alberto Fujimori.

Va este artículo del periodista con mayor credibilidad del Perú, quien nos recuerda la calidad humana del señor Alberto Fujimori, quién durante todo su alegato quería enrostrarnos en la cara de todos los peruanos y de los mas pobres: "Soy el salvador del Perú".
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Por César Hildebrandt
Diario La Primera

Escucho a Alberto Fujimori describir su paraíso de opio y compruebo que gente como él sólo puede prosperar en un país que tiene a un 40 por ciento de ciudadanos a los que les da lo mismo –lo dicen reiteradas encuestas- si los rige una democracia o una dictadura.

O sea que en el Perú hay un 40 por ciento de ciudadanos que casi aspiran a no ser ciudadanos y que quieren ser, a veces con fervor, vasallos tristes y alegres siervos de la gleba.

Detrás del fujimorismo está la capacidad de sumisión y la arrolladora ignorancia que lastiman el alma del Perú.

Escucho a Fujimori y me digo que si hubiera géiseres de cinismo sonarían como su voz.

Habla de coraje el hombre al que le temblaba la voz cuando se dirigió a buscar refugio en la embajada del Japón la noche del fallido golpe del general Salinas Sedó.

Habla de honor el hombre que emputeció a la Fuerza Armada, hizo del Congreso un chiquero, suprimió el orden constitucional, desconoció su firma y hasta su huella digital con tal de no pagarle una deuda a la madre de sus hijos.

Habla de orgullo de sí mismo el sujeto que quiso ser senador japonés para obtener la inmunidad que lo librara del alcance de la ley.

Habla de responsabilidad el hombre que llenó 45 maletas de videos, dinero y botines diversos, tomó el avión presidencial y pasó de Brunei a Tokio, donde pidió asilo y desde donde renunció por fax a la presidencia de la República.

Habla de amor por la patria el jefe de una banda que saqueó las cuentas del tesoro público por un valor que los más conservadores estiman en dos mil millones de dólares.

Habla del veredicto de la historia el sujeto que estaba pescando en Iquitos cuando la policía de la Dincote, sin ninguna ayuda de Montesinos, capturó a Abimael Guzmán, el hombre que huyó del país tras descubrirse cómo es que Montesinos compraba esos congresistas que hoy deben estar frotándose las manos.

Qué patético pobre diablo es Fujimori. Se atribuye todos los poderes para las cosas que salieron bien y se pinta como un presidente disminuido, desinformado e irresponsable cuando le mencionan los asesinatos que cometían los criminales a los que él felicitaba, ascendía y amnistiaba.

“Yo era comandante de la Fuerza Armada en el sentido en que un entrenador de fútbol comanda al equipo”, dijo ayer destilando la esencia de su legendaria cobardía.

O sea que debemos alabarlo por haber “comandado” las fuerzas armadas que derrotaron al senderismo, pero debemos exonerarlo de toda responsabilidad cuando esas mismas fuerzas armadas mataban ancianos, niños y mujeres en las alturas de Ayacucho.

Debemos agradecerle el haber sacado al país de la crisis económica en la que nos hundió Alan García –quien hizo tanto para que Fujimori lo sucediera-, pero tenemos que olvidar que con él todos los derechos del trabajador fueron abolidos, todo asomo de equidad fue perseguido, toda corrupción en el proceso de las privatizaciones fue posible.

Tenemos que decirle gracias por la paz con Ecuador –Tiwinza incluida, derechos de navegación ecuatorianos en ríos peruanos incluidos- pero no podemos recordarle su repugnante papel en la derrota peruana del Cenepa, cuando nuestros soldados carecían de logística, comunicaciones y, en muchos casos, de rancho y de zapatos.

Debemos ser gratos con su régimen porque “refundó el país” (Fujimori dixit), pero tenemos que olvidarnos de que quince de sus ministros o están presos o están con orden de captura por ladrones.

Debemos ser fujimoristas por las escuelas que sembró el Fonades, pero no debemos evocar la prensa inmunda que él creó para ensuciar a sus adversarios y, seguramente, “elevar el nivel cultural”.

Este demócrata que cerró el Congreso, este honrado que permitió la rapiña más grande de la que se tenga noticia, este ciudadano ejemplar que convirtió a un edecán en fiscal para entrar a robar maletas en la casa de Trinidad Becerra, este hombre decente que tuvo como socio a Montesinos, este estadista al que defienden sujetos como Saravá, este ángel que vivió entre alimañas, este hombre ejemplar que dio un golpe de Estado cuando su esposa, en un rapto de bendita locura, denunció los asaltos de la hermana Rosa y del cuñado Aritomi a la caja de Apenkai, este probo encubridor de Miyagusuku, esta vergüenza que grita lo que lee y juega con la voluntad de olvidar de los peruanos, este señor Fujimori, en suma, sigue siendo exactamente el mismo miserable que la miseria moral adora y hace suyo.

El secreto de Fujimori es que ha convertido en socialmente exitosos los peores vicios de la “peruanidad”: la crueldad en el tumulto, el cinismo como método y, sobre todo, la cobardía elevada a la categoría de función vital.

El triunfo de Keiko Fujimori, de darse, será el resumen vistoso de la tragicomedia nacional y una prueba de que hay países económicamente pujantes y moralmente inviables.

Fuente: Diario "La Primera"

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